jueves, 6 de diciembre de 2018


Y Nilo este año, toma el relevo a Rusty... Va a convencer a Papá Noel de las cositas buenas que tiene que traernos. Me voy con él que no me fío mucho de Crohncucito  #VISIBILIDADEIIENNAVIDAD
Rusty era el husky más fuerte y veloz de la manada, tiraba del trineo con energía y tenacidad, siendo siempre el primero del grupo y alentando a sus compañeros cuando se desanimaban. – Rusty, ¿nunca te cansas? -Le preguntaban sus amigos.
– Estoy entrenándome, ¿sabéis? -explicaba Rusty emocionado- Este año me quiero presentar en el poblado de Papá Noel y ofrecerme para tirar del trineo la noche de Navidad. – ¡Jajaja! -Reía el grupo canino- ¿No sabes que son renos, no perros, los que llevan ese trineo?
– ¿Y por qué no pueden añadir un husky? -protestaba nuestro amigo- ¡Todos saben que somos los mejores tiradores de trineo del mundo!
– Si, pero es una tradición y creo que a Papá Noel le gustan las tradiciones.
– ¡Pues ya lo veremos!
Sin pensárselo dos veces, Rusty se dirigió a Rovaniemi, sabía que el pueblo al que deseaba dirigirse no quedaba lejos de esa localidad. Pasó todo el día corriendo, sin cansarse, alentado por cumplir su sueño. Al llegar a su destino, se acercó a un grupo de renos que pastaba tranquilamente. Sólo faltaba un día para la noche de Navidad y estaban alimentándose bien.
– ¡Hola amigos! -se presentó ilusionado- Soy Rusty, el mejor tirador de trineos del mundo, ¿dónde puedo ver a Papá Noel? Este año me encantaría poder llevar el trineo con vosotros.
– ¡Jajaja! -por lo que se veía, no solo su manada se reía de sus ideas, también los renos- ¿Tirar del trineo? ¿Un perro? ¡Qué divertido!
– Anda chucho- añadió otro reno, con un tono algo despectivo- Ve a darte un paseito y te quitas esas tonterías de la mente. Rusty bajó la cabeza, sus sueños comenzaban a desmoronarse, se dio la vuelta y empezó a andar despacio, como nunca lo haría un perro de su especie. Cuando se alejaba, un pequeño y alegre elfo que había escuchado la conversación, se le acercó.
– ¡Oye Rusty! -gritó con una vocecita diminuta- ¡No pierdas la esperanza!
El husky miró a su alrededor hasta que descubrió un ser menudo y verde que lo contemplaba con una sonrisa brillante, esas sonrisas que se contagian. Aún así, Rusty no sonrió.
– Si sabes mi nombre es porque has oído el diálogo con los renos, así que ya sabes que es imposible. -Por primera vez en su vida, Rusty utilizaba esa palabra.
– ¡Nada es imposible!- Exclamó Tintilón, nuestro elfo, que jamás perdía la esperanza- ¡Yo te puedo ayudar!
– ¿Cómo? -Se interesó nuestro husky, comenzando a contagiarse de la alegría y positividad de Tintilón.
– ¡Tengo una idea! Mañana noche, después de la cena de Papá Noel, te presentarás en la cabaña donde guardamos el trineo, es aquella que destaca sobre las demás -aclaró nuestro simpático elfo, señalando el punto de encuentro.
Al día siguiente, Rusty estaba nervioso y confundido a la vez, no terminaba de entender cómo se las arreglaría Tintilón para colocarlo en el trineo sin que nadie protestara. Se aproximó a la cabaña y allí estaba esperándolo el elfo, con su sonrisa perenne, llena de luz y armonía. En sus diminutas manos llevaba una bolsita, se la ofreció diciendo:
– Cuando veas llegar a Papá Noel, rocíate los polvos mágicos de esta bolsita encima y te convertirás en un reno más. Únete a la manada disimuladamente, ya me encargué yo de añadir un enganche extra al trineo, están tan ansiosos de salir que ni se darán cuenta. Ahora me tengo que ir y continuar con mi trabajo.
Rusty no podía salir de su asombro, tan contento estaba que comenzó a lanzar la bolsita al aire, eufórico y sonriente. Estando la bolsita en lo más alto, el lazo se soltó y el polvo cayó, repartiéndose por el suelo. La cara de nuestro amigo cambió de forma radical e instantánea. ¿Qué haría ahora? Escuchó un ruido, era Papá Noel acercándose con sus renos. Sin pensarlo dos veces, se revolcó por el suelo, como suelen hacer todos los perros, restregándose con fuerza e intentando recoger con su pelambre cada partícula de polvo mágico esparcida.
De repente, sintió como crecía y se transformaba, observó su reflejo en un cubo de agua que había allí y pudo ver su rostro.
– ¡Soy un reno! -susurró, satisfecho del cambio.
Salió con cuidado y se unió al grupo, un reno giró su cabeza hacia él, nuestro amigo le sonrió y nadie dijo nada. Rusty contempló a Papá Noel, ese hombretón alegre y bonachón de panza redonda y traje rojo y se alegró enormemente de poder contribuir a repartir ilusión a todos los niños del mundo.
El trineo comenzó a elevarse, él quedaba justo detrás de Rodolfo, el famoso reno de nariz roja que siempre dirigía el trineo. Se alegraba de ser el segundo esta vez, ya que no conocía el camino, y desde esa posición podía ver perfectamente y aprender del reno guia.
Pasaron la noche volando de casa en casa, Rusty no terminaba de entender como Papá Noel podía entrar en tantos hogares sin despertar a los expectantes y nerviosos niños en su noche mágica. Ya casi al amanecer, cuando Papá Noel salía de la última vivienda, Rusty comenzó a sentir unos picores por todo el cuerpo, olvidó que no tenía sus patas para rascarse y empezó a hacer unos movimientos extraños. Llamó la atención de los demás renos, que lo observaban pasmados. De repente, nuestro amigo recuperó su forma original, convirtiéndose nuevamente en el husky que era.
– ¡Qué es esto! -Grito un reno, dando un salto y alejándose de él lo más que le permitía el enganche del trineo.
– ¡Es el perro de ayer! -protestaba otro reno- ¿Cómo es posible?
Papá Noel le dirigió una seria mirada y, antes de que pudiese decir una palabra, Rusty intervino.
– ¡Lo siento! ¡Toda mi vida he soñado con llevar este mágico trineo la noche de Navidad y repartir ilusión a los niños del planeta! -agachó la cabeza y añadió- Lo siento Papá Noel, no quería ofenderte. Los renos me dijeron que era imposible, que un perro nunca podría hacer este trabajo, por eso recurrí a la magia, quise ser uno más entre ellos. Es la primera vez en mi vida que odié ser un perro y no un reno.
Papá Noel suavizó su rostro y lo acarició.
– Nunca sientas vergüenza de ser lo que eres ni desees ser otro ser diferente a ti mismo.
Rusty levantó la cabeza y lo miró con una tímida sonrisa.
– ¿Me perdonas entonces?
– No me gustan las mentiras -declaró el hombre de rojo- Pero esta vez te voy a perdonar. Eso sí, la condición será que todos los años nos tendrás que acompañar y tirar de este trineo en la noche de Navidad.
Rusty no pudo más que saltar de la alegría y arrojarse a los brazos de ese hombre bonachón y de corazón enorme, cubriéndolo de lengüetazos, que es como los perros manifiestan su alegría y agradecimiento. Todos reían observando la escena, Papá Noel lo acariciaba y abrazaba y los renos saltaban alrededor.
– ¡Vamos, se nos hace tarde, ya amanece! -interrumpió Rodolfo, que era el reno más responsable del grupo.
– Si, prosigamos el camino, a vuestros puestos -Declaró Papá Noel.
Y desde ese día, todas y cada una de las noches de Navidad, Rusty ocupa su puesto en el trineo de Papá Noel, justo detrás de Rodolfo. Aceptado por los renos, orgulloso de ser un perro y feliz de continuar repartiendo magia e ilusión a todos los niños del mundo.